miércoles, enero 3

Siglo XVIII: Guerra de Sucesión (2º intento de “autogobierno”)

Carlos II, descendiente de los Reyes Católicos, muere en 1700 sin hijos. Se inicia una guerra entre los dos pretendientes a la corona:

  • Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV (el rey Sol francés)
  • Archiduque Carlos, hermano de Jose I de Habsburgo (emperador del Sacro Imperio Romano Germánico)

La mayoría de monarquías y estados de Europa tienen pánico a que el rey Sol aúne Francia y España bajo su influencia y poder. Por eso Inglaterra, Portugal, Holanda, Suecia y el imperio germánico crean la Gran Alianza para defender la candidatura del Archiduque Carlos contra el ejército de las Dos Coronas, formado por Francia y España.

Inicialmente Catalunya apoya a Felipe pero en 1705 nobles catalanes firman el Pacto de Génova con los ingleses para pasarse a la Gran Alianza. Algunos historiadores españoles describen este pacto como una traición al “rey legítimo”, afirmando que tan sólo es una parte de la nobleza quién se cambia de bando, sin que el pueblo lo secunde.

Otros historiadores, en cambio, relatan que en 1704, tras fracasar el desembarco del Archiduque Carlos en Barcelona, el Virrey de Felipe V en Catalunya empieza una dura represión quebrantando repetidas veces las Constituciones Catalanas. Las Cortes Catalanas nombran entonces a un embajador para defender sus libertades en Madrid pero es detenido y encarcelado tan sólo llegar a la corte. Esta situación, junto con el mal recuerdo de los catalanes hacia los franceses por la pérdida de la Catalunya Norte con el Tratado de los Pirineos, por sí solas ya podrían ser buenas causas que nos ayuden a entender porqué Catalunya parece apoyar mayoritariamente al archiduque. Posiblemente la creencia de que la Casa de Austria siempre había respetado sus fueros en el pasado mientras que los Borbones eran centralistas, como podía observarse en la política ejercida por Luis XIV en Francia, también pudo ser determinante en el cambio de apoyos.

En realidad, en la observación histórica de la relación entre Catalunya y España vemos que siempre acaba apareciendo la tensión entre autogobierno y centralismo. Entre federalismo y absolutismo. Entre respeto a las leyes y órganos de gobierno locales o imposición de normas estatales. En el capítulo anterior veíamos la primera de estas tensiones, ahora estamos comentando la segunda y a lo largo de esta serie veremos que es una constante que se ha ido repitiendo durante 300 años.

A través del Pacto de Génova Inglaterra se compromete a que el Archiduque Carlos respetará las cortes y leyes catalanas. A cambio, Catalunya dará apoyo con ejércitos y armas a la Gran Alianza. Que éstos sean los términos del pacto parecen confirmar la tesis de que los catalanes cambian su apoyo hacia el archiduque ante el temor que el nieto de Luis XIV aplique las políticas absolutistas de su abuelo, las cuales son una clara amenaza hacia el Parlamento catalán, sus leyes y poder.

Los Habsburgo eran, utilizando lenguaje actual, de tradición federalista, igual que los ingleses. Sólo tenemos que fijarnos cómo tanto Inglaterra como Alemania han heredado ese espíritu federalista: hoy en día existe un Reino Unido pero dentro del cual Escocia, Gales, Irlanda del Norte e Inglaterra mantienen su propia personalidad –y algunos dirían también sus propias selecciones de fúbtol, aunque sea una anécdota- o la propia Commonwealth a través de la cual Gran Bretaña mantiene un nexo y mercado común con sus excolonias algo que España no dispone con ninguna de las suyas. O el caso de Alemania, donde el poder está tan repartido entre los diferentes Landers que sería difícil distinguir cuál de sus principales ciudades, Berlín, Hamburgo, Frankfurt, Munich… tiene mayor poder!

Al otro lado, Francia sigue siendo un estado centralista (el gran París o
Île de France) mientras España ha querido pero no ha podido. Castilla primero y España después nunca fueron suficientemente fuertes como para absorber y uniformizar a las diferentes nacionalidades que la componen, pero tampoco nunca dieron el paso para descentralizar el poder de tal forma que Catalunya o Euskadi se sintieran razonablemente cómodos dentro de ellas como para apaciguar sus reivindicaciones de autogobierno.

Volviendo a la Guerra de Sucesión, durante una década ambos ejércitos estuvieron luchando en la península por su control. Sin embargo, el escenario cambió totalmente cuando en 1711 murió inesperadamente y sin descendencia el hermano del archiduque, el emperador Jose I. Carlos, heredero por sorpresa de un gran imperio al que nadie le negaba su derecho, no dudó en abandonar Barcelona donde había establecido su corte y volver a Viena para sería coronado emperador sin tener que luchar por ello.

Agotados por tantos años de guerra, los ingleses constataron que la opción de que España y el imperio germánico se unieran bajo la única corona del archiduque Carlos era tan poco deseable como la alianza entre Francia y España. Por eso negociaron con Luis XIV, aceptando a Felipe V como rey de España a cambio del compromiso de que ambos reinos nunca se unirían bajo un único monarca. Fue el Tratado de Utrecht.

En la mesa de negociación no se dejó participar a los embajadores catalanes y fueron los ingleses los responsables de defender sus intereses. Aunque inicialmente intentaron que los borbones aceptasen mantener las Leyes y Cortes propias de Catalunya, finalmente renunciaron a defender los derechos de los catalanes. Esta traición de los ingleses a los catalanes dio lugar a dos obras del 1714, “La deplorable historia de los catalanes” y “El caso de los catalanes”, donde autores ingleses denunciaron el abandono que su país había hecho de los catalanes ante la segura represión de Felipe V. La simple lectura de estos libros demuestra que en aquella época se le daba a Catalunya la entidad de país o nación.

Los catalanes no aceptaron el Tratado de Utrech y decidieron seguir luchando, ahora ya no por la sucesión, pues el Archiduque Carlos ya había renunciado al trono de España, sino directamente por su libertad. Por tanto, si bien es cierto que inicialmente fue una guerra de sucesión, acabó siendo algo muy diferente.

Los historiadores españoles que niegan la afirmación anterior argumentan que no fue el pueblo sino tan sólo unos cuantos nobles los que siguieron peleando. Esto es rotundamente falso. Los “braços” de la Generalitat, las cortes catalanas en Barcelona en época de crisis, se reunieron en julio de 1713 y los tres estamentos (eclesiástico, nobles y ciudadanos) deliberaron sobre si debían continuar la guerra o aceptar el Tratado de Utrecht. Por mayoría decidieron no rendirse y el 9 de julio editaron “la crida” (la llamada) conforme el gobierno solicitaba a todos los ciudadanos de Catalunya en edad de luchar a unirse al ejército catalán:

“Havent los Braços Generals, lo die 6 del corrent mes aconsellat a est consistori resolgués defensar les Llibertats, Privilegis y Prerogativas dels Catalans, que nostres Antecessors à costa de sa sanch gloriasament alcansaren, lo die 9 del corrent manarem fer la Crida pública per nostre defensa”.

(“Estando reunidos los Brazos Generales el día 6 del mes corriente, aconsejan a este consistorio que resuelva defender las Libertades, Privilegios y Prerogativas de los Catalanes, que nuestros Antecesores a costa de su sangre gloriosamente consiguieron, por lo que el día 9 del corriente ordenaremos hacer la Llamada pública para nuestra defensa”)

Es decir, las Cortes Catalanas, incluidos los representantes de los ciudadanos, habían decidido por mayoría defender, no los derechos del Archiduque Carlos, sino los suyos propios, los derechos de los catalanes. Es decir, clara y llanamente su soberanía, por tanto su independencia.

Otra prueba muy ilustrativa de que el pueblo de Catalunya estuvo luchando por su independencia y no por los derechos de sus nobles es el relato del asedio a Barcelona que realizaron los ejércitos español y francés y con el que finalizó la guerra. Dos de los ejércitos más poderosos del mundo tardaron más de un año en poder entrar en la ciudad, cuando en aquella época los asedios nunca duraban más de 35 días. Fue tal su desespero ante la extrema resistencia de los catalanes que fueron los primeros en romper uno de los pocos convenios no escritos de la guerra hasta entonces: no bombardear a civiles. Llegaron a lanzar sobre Barcelona 30.000 bombas, un número superior a los habitantes que tenía la ciudad…(en la Biblioteca de Catalunya se guarda un documento de la época en el que se registraron exactamente dónde cayeron todas y cada una de esas bombas). Difícilmente un pueblo que luchara sólo por defender a sus nobles hubiera realizado un acto de tamaña valentía y resistencia.

Finalmente el 11 de Septiembre de 1714 las tropas borbónicas asaltaron Barcelona. De ahí que esa fecha sea en la que Catalunya celebra su diada, el día que de facto perdió su independencia.


Aún aceptando todo esto, algunos argumentan que entre los catalanes no había ningún sentimiento de pertenecer a una nación y que, por tanto, no puede hablarse de una guerra de su independencia. Para ver que no es así simplemente podemos releer algunos de los edictos promulgados por las Corts Catalanes durante la guerra de 1713-14. Se adjunto un ejemplo en el que hacia el final podréis leer: “…puga la Naciò Catalana lograr gloriós defempenyo…” (pueda la Nación Catalana lograr glorioso empeño).



Año 1716

El 16 de enero de 1716 se publica el Decreto de Nueva Planta conforme se eliminan las Corts Catalanes y se imponen las leyes castellanas. Termina la independencia de Catalunya después de 600 años.

Por primera vez y por imposición, el catalán es sustituido por el castellano en la administración. Sin embargo, el pueblo lleva 700 años hablando sólo catalán y desconocen el castellano que es considerada una lengua tan extranjera como el francés. Por eso los actos diarios que se producen en las notarías, vicarías, etc… sigue produciéndose en catalán, todo ello a pesar de los intentos de eliminarlo del propio Conde Duque de Olivares. Son famosas sus instrucciones secretas del 1712 que después fueron desveladas:

“Pondrá el mayor cuidado en introducir la lengua castellana, a cuyo fin dará las providencias más templadas y disimuladas para que se consiga el efecto, sin que se note el cuidado.”



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