Porque la mayoría de ellos sienten que Catalunya es una nación.
Y los catalanes, a través de sus partidos políticos,
han intentado reflejar este sentimiento en las leyes que los rigen, desde la
redacción de la Constitución del 78 hasta el último Estatut. En el primer caso,
la negociación entre los ponentes constituyentes se saldó con el término
“nacionalidad” que dejaba abierta la discusión. Para unos era sinónimo de nación, para
otros un escalón inferior y para todos una forma de tirar hacia delante.
En el Estatut de 2006, a pesar de que el 89%
de los diputados del Parlament de Catalunya aprobaron un texto que definía a
Catalunya como una nación, Zapatero no lo aceptó. Finalmente Mas sugirió eliminarlo del
articulado para incluirlo en el preámbulo -donde no tendría efectos jurídicos-.
Además se hizo con una fórmula que refleja perfectamente la falta de acuerdo
entre ambos bandos:
“El Parlamento de Cataluña, recogiendo el
sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña, ha definido de forma
ampliamente mayoritaria a Cataluña como nación. La Constitución Española, en su artículo segundo,
reconoce la realidad nacional de Cataluña como nacionalidad.”
Este es en realidad el debate básico. Un debate que hemos ido apartando para evitar el conflicto pero que es la raíz de todo: ¿es Catalunya soberana para poder decidir su propio futuro
o no lo es?
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